Y allí estabas, cumpliendo tu promesa
al fin y al cabo. Dos años después de tu muerte, y minutos despues
de la mia, nuestras almas se reencontraban. Entonces, según lo
acordado, pronunciaste esas dos palabras, esas ocho letras por las
que valía la pena pasar el resto de la eternidad en aquellas
fraguas. Solo después de esto, soy capaz de afirmar que ha valido la
pena viajar al infierno para conocer a un ángel.
