Me duele la vida que ha vivido sin mí, me duele pensar en las manos que la tocaron, los brazos que la abrazaron, los labios que la besaron, me duele la tristeza de no haberla tenido antes, de no saber si la tendré siempre, y sucumbiré a un impulso turbio e interior, cuya naturaleza es tan desconocida para mí como la violencia con la que se manifiesta. Entonces me dije que nunca podría separarme de ella, que nunca consentiría que hubiera otro imbécil en su vida, que lo único que quería era hacerme mayor a su lado, ver su rostro al despertarme todas las mañanas y un instante antes de dormirme cada noche... y morir antes que ella. Comprendí que le pertenecería toda la vida cuando se inclinó sobre mí, y me besó, y la bese y la Tierra giró sobre sí misma y alrededor del Sol entre las cuatro esquinas de su cama.
