Y allí estaba yo, en aquella cama, o aquel sofá, sinceramente no lo recuerdo. Era una oscura casa, con un pequeño salón, una pequeña habitación, y al final del pasillo una puerta que comunicaba con el exterior.
Aquel día pasaba el rato viendo la televisión en el salón mientras escuchaba las escandalosas voces de mis amigos reunidos en la habitación de al lado. Entre ellos, también se encontraba ella. Yo intentaba evitarla, ya que no podía soportar estar cerca de ella sabiendo que nunca más podría tenerla.
Poco después, entró por la puerta un nuevo personaje en esta historia, aunque posteriormente me daría cuenta de que solo era nuevo para mi. Aquel personaje no es el tipo de persona que suele estar en nuestro grupo de amigos, lo que me causó impresión. Traía a un perro grande consigo, que al llegar comenzó a molestarme:
-Eh, ¿puedes quitarme a tu perro de encima?
-Sí, claro, para que me muerda a mi.
Acto seguido, mis amigos salieron uno por uno por la puerta de la habitación, dirigiéndose hacia la calle, menos ella, que permanecía dentro. Al extrañarme este suceso, decidí salir para comprobar qué ocurría:
-Chicos, ¿qué hacéis?
-¿Cómo que qué hacemos?
-Pues eso, ¿por qué os vais de la habitación?
-Pues... creo que será mejor no decírtelo cariño.
De repente lo entendí todo... en ese momento todo encajó en mi mente y me vino una pregunta a la cabeza, cuya respuesta podría partirme -aún más- el corazón. Aún así reuní el valor suficiente, y la formulé:
-Os ha echado, ¿verdad?. Ella os ha echado para estar con ese tío.
-No te hagas esto por favor, vamos a dar un paseo y así lo olvidas todo.
-No quiero dar un paseo, quiero verlo, quiero ver qué es lo que está haciendo. -dije mientras me dirigía hacia la puerta, cuando uno de mis amigos me cogió por el brazo-
-No lo hagas, no seas masoquista, solo conseguirás hacerte más daño.
-Mientras más daño reciba, mas insensible llegare a ser, hasta no sentir ningún dolor.
Así, adentrándome en la casa, llegue hasta la puerta de la habitación. Con un puño lleno de rabia, y en el otro mi frágil corazón, que palpitaba cada vez mas rápido al saber lo que le esperaba. No podía creer que ese momento fuera real. Meses antes, eramos nosotros los que pasábamos las tardes juntos, sin separarnos un solo minuto, queriéndonos como nadie.
Y ahora, allí estaba, delante de esa habitación. Escuchaba risas y susurros a través de la fina puerta. Cada susurro se me clavaba como un puñal en el pecho. Cada carcajada, irónicamente, provocaba que una lágrima cayera de mis débiles ojos. Al fin, harto de ese sufrimiento inhumano, decidí abrir la puerta, y entonces...
Desperté.