El
infierno no es más que nuestros peores miedos hechos forma. La
muerte suele ser el infierno más común, ya que no hay peor
sensación que el vacío dejado por alguien a quien queremos... ese
vacío que duele, que arde, que quema, que lo cubre todo de
oscuridad, todo lo que está a nuestro alrededor. Cada uno tenemos
nuestro propio infierno al que sucumbir, y un vacío, aunque no
intervenga la muerte, sigue siendo un vacío. Una persona que a tus
ojos deja de ser lo que antes era, ya está muerta en tu interior,
nunca volverá a ser igual.
Hay
que tener valor ante el vacío, ante todos ellos, ya que no hay nadie
que pueda ayudarte. Nadie podrá ponerte una inyección o darte una
pastilla para el dolor, nadie podrá sustituir a esa persona, estás
solo... el vacío es soledad. Sin embargo, aunque se esté en el
séptimo infierno, siempre se tiene la esperanza de que, después de todo, alguien consiga crear su propio espacio. Un
espacio tan grande en tu interior que no necesite sustituir el puesto
de nadie, sino que arrase con todos ellos con un simple guiño, una sonrisa o, por qué no, un movimiento de caderas al andar.
De tal forma que quieras dedicarte a esa persona, darle todo tu
interior, sin reservas, sin vacíos. Es solo una esperanza, un sueño
que tal vez nunca se cumpla. Pero como ya he dicho, ante el vacío
hay que tener valor, y el valor consiste en enfrentarte a tus miedos
con un simple sueño por bandera, enfrentarte a tu infierno... por
ella.