viernes, 11 de julio de 2014

Fantasmas del pasado que nunca mueren, que nunca se van, que nunca dejan de acechar bajo tu almohada esperando la oportunidad perfecta en la que puedan atormentarte en un desagradable sueño, una pesadilla carente de sentido y solo justificada por nuestro masoquismo más profundo. No ves las mismas caras, no es por las personas. No es el mismo sitio, no es por el lugar. No es el mismo tiempo, no es por la época. La razón de que se llame pesadilla, entonces, es la fuerza y la claridad con la que puedes sentir "esa" sensación, ese escalofrío que recorre tu espalda de arriba a abajo, para finalmente volver a subir. Ese miedo a no saber quién eres de nuevo. Ese dolor inmenso que sentiste al ver como alguien a quien le habías dado todo cedía su calor a las sábanas de otra persona. Ese sonido sordo que sientes dentro de ti y que refleja cómo tu mundo se pone patas arriba para luego romperse en mil pedazos. Esa soledad que se extiende como el fuego en tu interior, consumiendo cualquier atisbo de felicidad que aún puedas tener, cualquier apoyo, cualquier mano que te extiendan para ayudarte a salir del pozo. Te encierras en ti mismo pensando que nunca más volverás a salir, que ahí fuera no hay nada para ti, que no estás preparado. Y así la soledad no encuentra obstáculos, arrasando con todo lo que hay en ti, dejando un vacío mucho más grande del que, en principio, había dejado ella. En ese punto, sentado solo en un rincón en lo más profundo de tu interior, es cuando tocas fondo. Sin embargo, tocar fondo significa que, al estar solo, puedes concentrarte en conocerte a ti mismo como nunca antes habías hecho, sin ningún tipo de distracción. Aprovechas el tiempo para entender qué es lo bueno que hay en ti, qué es eso que han visto algunas personas y por lo que decidieron acercarse a ti. Tiempo después, finalmente entiendes que tu destino no es permanecer en ese rincón por miedo a que te hagan daño, sino reunir fuerzas para volver a salir de ese agujero, más seguro y firme que nunca, sabiendo ahora cómo es el mundo, cómo son las personas y la facilidad con la que pueden destrozar tus sueños. Te levantas dispuesto a enseñarle a todos quién eres, ahora que lo sabes bien, no sin antes jurarte a ti mismo, por ese chico asustado que lloraba en un rincón, que nunca más volverán a hacerte daño, que nadie, jamás, volverá a llevarse lo bonito que hay en ti, lo que te hace especial, esa sonrisa sincera.