Fantasmas del pasado que nunca mueren,
que nunca se van, que nunca dejan de acechar bajo tu almohada
esperando la oportunidad perfecta en la que puedan atormentarte en un
desagradable sueño, una pesadilla carente de sentido y solo
justificada por nuestro masoquismo más profundo. No ves las mismas
caras, no es por las personas. No es el mismo sitio, no es por el
lugar. No es el mismo tiempo, no es por la época. La razón de que
se llame pesadilla, entonces, es la fuerza y la claridad con la que
puedes sentir "esa" sensación, ese escalofrío que recorre
tu espalda de arriba a abajo, para finalmente volver a subir. Ese miedo a no
saber quién eres de nuevo. Ese dolor inmenso que sentiste al ver
como alguien a quien le habías dado todo cedía su calor a las
sábanas de otra persona. Ese sonido sordo que sientes dentro de ti y
que refleja cómo tu mundo se pone patas arriba para luego romperse en
mil pedazos. Esa soledad que se extiende como el fuego en tu
interior, consumiendo cualquier atisbo de felicidad que aún puedas
tener, cualquier apoyo, cualquier mano que te extiendan para ayudarte
a salir del pozo. Te encierras en ti mismo pensando que nunca más
volverás a salir, que ahí fuera no hay nada para ti, que no estás
preparado. Y así la soledad no encuentra obstáculos, arrasando con
todo lo que hay en ti, dejando un vacío mucho más grande del que,
en principio, había dejado ella. En ese punto, sentado solo en un
rincón en lo más profundo de tu interior, es cuando tocas fondo.
Sin embargo, tocar fondo significa que, al estar solo, puedes
concentrarte en conocerte a ti mismo como nunca antes habías hecho,
sin ningún tipo de distracción. Aprovechas el tiempo para entender
qué es lo bueno que hay en ti, qué es eso que han visto algunas
personas y por lo que decidieron acercarse a ti. Tiempo después, finalmente entiendes que tu
destino no es permanecer en ese rincón por miedo a que te hagan
daño, sino reunir fuerzas para volver a salir de ese agujero, más
seguro y firme que nunca, sabiendo ahora cómo es el mundo, cómo son
las personas y la facilidad con la que pueden destrozar tus sueños.
Te levantas dispuesto a enseñarle a todos quién eres, ahora que lo
sabes bien, no sin antes jurarte a ti mismo, por ese chico asustado
que lloraba en un rincón, que nunca más volverán a hacerte daño,
que nadie, jamás, volverá a llevarse lo bonito que hay en ti, lo
que te hace especial, esa sonrisa sincera.