sábado, 20 de diciembre de 2014
Esa luz tenue que se cuela por tu ventana, ese ambiente de normalidad enmascarada, de fingir que no existe el hastío, ni la desesperanza, ni el dolor. Intentas evadir tus pensamientos negativos pues es el breve momento del día en el que no deseas no estar aquí, en este lugar, en esta situación, en este mundo. Piensas en cómo has superado duras batallas, cientos de ellas, y siempre creíste que ese dolor te ayudaría a crecer, a avanzar, a evitar más dolor, que llegaría un momento en el que por simple acumulación dejarías de sentirlo. Por eso es tan duro darte cuenta de que, igual que esa esperanza, el dolor también es infinito. Para mi lo es. Hay personas que lo destierran, lo encierran y no se dejan vencer... pero parece que a mi me gusta bailar con él. Y es que cada situación duele más, cada desengaño, cada decepción, cada parte de ti que se va entre los labios de otra persona, entre sus mejillas, sus ojos, sus dedos. Cada parte de ti que muere, y que a pesar de la infinita esperanza, ahora sabes que nunca vuelve. Sientes como cada vez te haces más pequeño, regalas tu vida a los demás, vives para los demás, hasta que al final no quede nada en ti. Sientes que desapareces entre tanta gente, que solo eres un ínfimo grano de arena en una kilométrica playa que no va a afectarse porque dejes de existir. Sientes que no aportas nada a este mundo, y que él tampoco a ti, que nada tiene sentido. Nunca has experimentado esa sensación de la que tanto hablan, sentirse vivo, dar gracias por estarlo y desear que este camino nunca acabe, lamentarse por lo corta que es la vida y no poder disfrutarla más. A todas esas personas les parece que tú desperdicias la tuya, y quizás sea verdad. Pero, ¿cómo aprovechar los rayos del Sol a través de unas muy oscuras gafas? Es así como yo veo la vida, y por eso entiendo que los demás se alejen, como si entrase en un bar y apagase la música y las luces, a tu alrededor todos dejan de sentirse vivos y empiezan a apagarse, como tú, les absorbes hasta que no pueden más y escapan. Siempre me he sentido defectuoso, un juguete que abres con ilusión, pero al hacerlo te das cuenta de que no funciona bien y te decepcionas, por lo que acaba siendo desechado y sustituido. Cómo explicarle al mundo lo difícil que es para ti sentir algo tan fácil como la ilusión, la motivación, la alegría. Han intentado arreglarte, acabar con tu sufrimiento, pero no han podido... lo que te hace perder cada vez más la esperanza. Quizás en este basto mundo haya un sitio para mi, pero en ningún momento de mi aún corta vida he sido capaz de encontrarlo. Es tan fino el hilo que me sujeta a esta vida, son tan pocas cosas las que me dolería dejar de experimentar, y demasiado sufrimiento por pagarlas. Recuerdo un día en el que un profesor nos preguntó si entraríamos en una máquina que nos diese la completa felicidad sin saber que estamos en ella, pero de la que no podríamos volver a salir; en mi mente contesté casi instintivamente... sí, pero para mi sorpresa todos los demás respondieron que no. Es normal, ¿cómo unos niños que aún no han conocido la oscuridad de esta vida podrían querer eso? ¿cómo unos seres que por naturaleza son los más felices de este mundo iban a querer sustituir esa felicidad real por una ficticia? Y por eso pienso que soy defectuoso. Sobrevivo, simplemente porque me han enseñado que huir es de cobardes, que todo pasa, que todo llega. Pero es tan triste... me parece tan triste mi propia existencia, la vida es un lujo que muchos desean para sí mismos o para sus seres queridos, un lujo que muchos lamentan no poder disfrutar más, y yo sin embargo la trato como un trabajo, algo que tengo que hacer porque me lo han ordenado, porque es lo que hay que hacer, nacer y -sobre-vivir hasta que tu cuerpo deje de funcionar. Soy un desencantado de la vida que lucha constantemente entre dos infinitos, dolor y esperanza, mantener viva una llama que se agota lentamente y cuya luz se hace cada vez más tenue, como la que consigue colarse por tu ventana y que, al igual que ella, acabará extinguiéndose.