Un recuerdo imborrable.
Un reflejo de la felicidad, de nuestra felicidad. El inicio y el final, todo lo que hemos vivido, siempre en llamas. Acercarme a ti era como quemarme. Al igual que un sol me dabas luz, y calor, y alegría, llenabas mis días. Verte cada mañana era como esa sensación al abrir una persiana, la luz se cuela en la habitación para recordarte que sigues vivo, otro día más. Pero también, al igual que el sol, me quemaba más y más cuanto más me acercaba a ti, eramos tan diferentes que me dolía cada vez que encontraba una barrera infranqueable, un obstáculo en nuestro camino, veía nuestro final aún sin haber empezado. Y qué decir de cuando todo empezó. El invierno más cálido que puedo recordar. Llegaste a mi vida como una explosión, igual de rápida, causando los mismos estragos. No estaba preparado para ti, nunca llegué a estarlo. No estaba preparado para apreciar tu risa, tu inexplicable interés por rodar en una cama, tu afán por ilusionarte con cada pequeño detalle que esta vida te regalaba. Eras como una fuente de felicidad, podías ver colores donde yo siempre había visto gris. Era como un ciego en un mundo maravilloso. Siempre supe que te cansarías de cuidar a este ciego. Siempre supe que mi mente era una carga. Pero no sabía como reaccionar, eras como un recuerdo que se escapa al despertar. No supe expresarte mis sentimientos, mis preocupaciones. No supe integrarte en mi vida, me daba miedo no encajar con tanta luz. Me daba miedo no poder sentirla nunca más, y necesitarla más que nunca. Nunca sabré si tus actos fueron un reflejo de tu impulsividad, o simplemente acabé por marchitarte, por apagarte, enfriarte. No se si al final el frío gano la batalla y te llevaste eso de mi. Te volviste más fría. Seguías viendo la felicidad, pero ya no era la misma. Eras algo puro que terminó siendo un cúmulo de rencor, algo que sustituyó a la bondad que me enamoró de ti. Y es que no he experimentado nada más doloroso que imaginar un encuentro entre el Gustavo del principio y el Gustavo del final. Que se viesen cara a cara el uno al otro, que el primero se preguntase como podía tratar así algo tan bello, y a la vez como podía ella haber perdido su luz... Que a su vez el segundo, del que aun formo parte, mire a ambos, en el principio, en aquella cama respirando en tu cuello y rozando tus piernas, en aquel sofá pasando la noche despiertos, en esos paseos por la calle pensando que dónde habías estado toda mi vida. Siento como si cada imagen del principio me quemase por dentro. Me quema la idea de que todo pueda destruirse tan rápido. Que lo que hoy es bello mañana ya no lo sea. Que demos tanto por alguien que pronto será un desconocido. Quizás nunca he llegado a entender este juego. Quizás debí reservar alguna parte de mi, por si quería aprovecharla yo solo. Quizás no tendría que haber pensado que las relaciones son para siempre y darle todo a esa persona, todo. Pero.. ¿cómo tener delante algo así y dejarlo escapar? ¿Acaso es eso vivir? ¿Son esas mis opciones? Pasar la vida sentado en una estación viendo como pasan trenes una y otra vez. Con temor a levantarme, andar hasta la puerta y encontrar a alguien con quien sentarme, una compañera de viaje. Pero ese viaje siempre es demasiado corto. Aún no he llegado a conocerte del todo, aún no me he acostumbrado a tu sencillez, a tu mundo totalmente distinto al mio. Aun seguimos haciendo planes de futuro, sigo imaginándome feliz, a tu lado... Cuando el tren choca. En ese momento sientes el dolor, pero no de huesos rotos. Pareciese que el tren se hubiese estrellado directamente con tu corazón. Quizás tampoco he llegado a entender bien las rupturas, pero en mi caso ver como te ibas era como verte morir en ese tren. Con todos nuestros recuerdos que viajaban en él destruidos. Con tu mano cogida a la mía, cada vez más fría, cada vez más pálida. Poco se han diferenciado mis rupturas con una muerte repentina, con un atropello inesperado o una mala caída. Así es como las he sentido, no han muerto en la vida real, pero sí en mi interior. Y así las recuerdo. Por eso vivo mi vida tan cansado, tan desilusionado en el amor. No soy un joven con dos relaciones cortas a sus espaldas, soy un viejo que ha vivido dos largas vidas con dos mujeres y que las ha visto morir después de tanto tiempo. Porque por mucho que parezca que no se me da bien eso de querer a los demás. Por mucho que ciertamente se me de mal expresarlo, amo más intensamente que el mismo sol del que antes hablaba. Te quise y te lloré mucho más intensamente de lo que tu impulsividad y tus ganas de vivir día a día podían permitirte. Las apariencias pueden llegar a engañar, y es que en esto del amor nada es lo que parece. Puede que nunca llegue a entender cómo funcionan las relaciones, cómo unirme a una persona sin sentir que me cortan la vida cuando ese tren se estrella. O quizás, solo quizás... nunca se estrelle.