miércoles, 3 de febrero de 2016

Solemos ver como normales actos tan extraordinarios como conectar con otro ser, pasando por alto la inmensa probabilidad que había de que no se cruzaran vuestros caminos. Solo un semáforo en rojo, un día lluvioso, una cicatriz de más o una copa de menos... y todo sería distinto. Y sin embargo, de la nada, surge algo único. Encontramos diminutas agujas en un pajar inmenso pero con el tiempo dejamos de prestarles la atención que merecen... hasta que, finalmente, las perdemos. En ese momento levantamos la mirada hacia el basto pajar sin saber cómo volveremos a encontrar otra, las probabilidades aparecen ahora ante nosotros y entendemos lo únicas y valiosas que eran. La pérdida nos hace prisioneros del arrepentimiento, nos conduce por un aciago camino, el de la desesperación, buscando sin descanso encontrar una nueva conexión. Simples y vanos esfuerzos que desperdiciamos en medio de esta eterna lucha, entre la casualidad y el destino, entre falsos besos y copas de vino... sin más vencedor que ese segundo, ese único, valioso y extraordinario segundo en el que nuestras miradas se cruzaron y, de la nada, conectamos.